Este patio se encuentra situado en la calle Cárcel del Vicario, 7
Llamada así la vía por la casa que había dedicada a reclusión de ordenados in sacris que delinquieran. Se llamaba antiguamente y con más discreción “adarve de Canónigos” en el siglo XV.
Tal local penitenciario existía ya en 1380 y en 1381 seguía funcionando el edificio en el mismo lugar y se rotula la calle como “callejón de la Cárcel del Arzobispo”. En la descripción de Toledo redactada en 1576, por orden de Felipe II, se cita expresamente a esta como “Cárcel de Corona” al indicar que existe una casa del arzobispo para clérigos delincuentes. Por su parte, el doctor e historiador Francisco de Pisa la llama simplemente “Cárcel Arzobispal”. Pero como el juez delegado del prelado se ausentaba con frecuencia de la ciudad y lo suplía el vicario, es natural que acabara atribuyéndose a esta dignidad catedralicia la cárcel.
Una curiosa cofradía titulada de San Pedro Advíncula atendía las necesidades de los reclusos, y visitaban a diario la cárcel para ejercer su benéfica misión con los presos pobres, prestando atención tanto material como espiritual.
Según el Libro Vecindario, en 1778 había en la calle quince casas, y en su acera izquierda estaba ubicada la Cárcel de la Corona; perteneciendo todas sus casas a la colación de San Pedro, las de la derecha correspondían a la de San Andrés, a excepción de la situada en la esquina con la calle de Puerta Llana.
En 1801 se usa ya el nombre actual. Se desconoce cuando dejó de usarse la cárcel de esta calle, donde seguía en 1848 siendo mencionada en el Diccionario de Pascual Madoz como Cárcel de la Corona, y en 1880 el archivero de la Diputación Luis Rodríguez Miguel citaba el centro penitenciario en su Guía, señalando que la casa ocupaba el número 5 entonces.
Como resultaba costoso mantener el establecimiento por la empobrecida economía de la Diócesis, y siendo su uso menos frecuente fue llevado al convento de Carmelitas Descalzos. Al reintegrarse el edifico conventual a su Orden se les cedió en usufructo y, con él, la carga de la cárcel. Ya reducido el personal sólo quedó un alguacil, apellidado Torres, quien era visto a comienzos del siglo XX por las calles toledanas, alguna vez que otra, cubierto con capa negra y sombrero de anchas alas, acompañando a los presbíteros llamados por el vicario para recibir alguna admonición o censura y de inevitable publicidad para el culpable. (Fuente: Historia de las Calles de Toledo)
En el siglo XX a esta vía se la conocía y así era rotulada como callejón del Vicario por ser más grato para usarlo como referencia viaria. En el actual siglo XXI un nuevo azulejo la rotula “Calle Cárcel del Vicario” (entendemos que desacertadamente) coincidiendo con su nombre de origen que tenía según el Nomenclátor de 1864.
Antes de entrar a esta calle, enfrente tenemos una entrada a la Catedral llamada de la Puerta Llana. En su interior está la capilla de San Ildefonso, patrono de la ciudad. En torno a dicha capilla, la tradición popular escribió la leyenda:
La Casulla de San Ildefonso “Una noche de diciembre, se dirigía el obispo junto con unos clérigos a la Iglesia mayor de Toledo, situada en el lugar que hoy ocupa la Catedral. Al acceder a la oscura nave, tras abrir el pesado portón, descubrieron que una intensa luz emanaba del altar, sobre la silla del Obispo. En este momento, todos sus acompañantes huyeron despavoridos, al observar que la luz brillaba y se movía con gran intensidad. Ildefonso, no sintiendo miedo, se aproximó al altar y pudo observar que la luz provenía de la Virgen María, acompañada de un nutrido grupo de ángeles que entonaban cantos celestiales. La Virgen hizo una señal a Ildefonso para que se aproximara y éste, arrodillado ante tal presencia, escuchó que le decía: ‘Tu eres mi capellán y fiel notario. Recibe esta casulla la cual mi Hijo te envía de su tesorería’. Y tras haber pronunciado estas palabras, fue la misma Virgen quien impuso la casulla sobre Ildefonso, dándole instrucciones de utilizar esta prenda sólo en las festividades dedicadas a Ella”.