Este patio se encuentra situado en la calle San Cipriano, 4
Calle situada entre las calles Corredorcillo de San Bartolomé y calle Descalzos, nominada así por la antigua parroquia latina, existente probablemente desde la Reconquista, pero que no se documenta hasta 1125, citándose al barrio de San Cipriano desde 1157. Debió ser mezquita esta iglesia hasta 1085, a juzgar por el alminar exento y el patio que la precede y que pudo ser el destinado a abluciones; sirviendo este patio para cementerio parroquial, posiblemente extendido hasta la misma plaza triangular que está separada de la calle por un elevado pretil, según decía Hurtado en su Memorial de 1576 “A la entrada de su templo tiene corral descubierto para cimenterio”. Sobre este muro había en 1600 algunas pequeñas casas.
Habitaban el barrio en los siglos XVI y XVII “perayles y tundidores y tintoreros y en la ribera tenerías y curtidores”, así como tejedores de paños, en la mayor parte del distrito parroquial, citándose por entonces a la “calle ancha de San Cipriano” ya en 1561. Reedificado el templo en 1613 a expensas del canónigo don Carlos Venero de Leyva, allí sepultado, quedó enmascarada su antigua estructura mudéjar que sólo en el ábside y torre se aprecia todavía, cubierta por revocos que deberían desaparecer.
El principal acontecimiento del barrio es, desde hace siglos, la fiesta de la popular “Virgen de la Esperanza”. En 1576 se le llamaba a esta imagen u otra “Nuestra Señora del Destierro”, siendo una de las de mayor devoción, y seguramente la procesión de más largo itinerario de las de Toledo. La sustitución del nombre se supone que fue motivado por alguna renovación de la propia escultura. (Fuente: Historia de las Calles de Toledo)
Regresando al inicio de esta calle cruzamos con la calle Descalzos y continuando nos encontramos con los jardines del Tránsito, lugar donde se sitúa una leyenda inédita escrita por una persona que firma como “Margarita” y relata una leyenda más toledana:
El estandarte de la Verónica “Soltó de sus manos el pelo que estaba alisando, y con los brazos caídos, muda de espanto, y los ojos cargados de lágrimas, quedó como si la hubieran clavado frente al caballete donde parecía trabajar su esposo, y aprovechando el artista la impresión terrible que la produjo la noticia de su ausencia, bosquejó su obra que lució como las mejores de su arte; cundió la noticia entre las gentes, y aquel año vinieron a millares para contemplar el estandarte de la Verónica, y el parecido que con la mujer del pintor tenía, encantadora figura, en quien supo inspirar su lienzo inmortal”.